Carne de canción - Vertebración XII
Estilo: Danza
El baile es mi oficio, la cosa que yo practico, donde aspiro a la maestría. Deseo la aparición de una forma en un cuerpo, bailo en la brecha entre una u otra posibilidad. Me muevo constantemente entre la abundancia y la falta, con todo, la chicha y la ficción. Aprendo a sostenerme en la desestabilización. En el encuentro con la canción, me lanzo también a lo todavía no producido pero desde una lógica aún más distante. Me comporto como una osada que hace como si sí supiera hasta que lo consigue hacer. Como una ignorante erudita titilo entre el saber y el no saber, colándome en ambos, mezclando cosas atenta a los afectos y donde mi brújula es el placer contenido en el hacer. En esta pieza pongo en crisis lugares centrales que salvaguardan el saber, la academia o universidad, que trabajan mayormente en la acumulación de datos además de privilegiar el saber teórico frente al encarnado. Se necesitan prácticas que produzcan conocimiento desde lo lúdico y placentero; en mi caso me apropio de la disciplina musical e invento una serie de ejercicios caseros, amateurs o DIY que consigan aproximarme, por un lado a la producción sonora y por otro a la generación de saberes. Éstos pasan por cantar temas de Whitney con letras de Ranciere, leer contratos de trabajo o convocatorias y sus cláusulas legales cual canto gregoriano o musicar con un Casio una conferencia a tiempo real. Y si sí formas parte de una élite, como es el caso cuando te dedicas a la danza contemporánea, y encuentras placer en profundizar en un saber específico, hay otro ejercicio para invertir jerarquías de poder. Pasar de tocar al dejarse tocar por, de manera que se practique la simetría entre la escucha y la voluntad, entre el lenguaje y la carne, y así seguir poniendo en crisis ciertos roles, invertirlos, divertirlos, desdibujando sus límites.
- Creación e interpretación: Laila Tafur Santamaría
- Damas de compañía: Ana Buitrago, Amalia Fernandez, David Montañés
- Gracias a: María Cabeza de Vaca, Andrea Quintana e Inés Narvaez
© Tristán Pérez-Martín + La Caldera