Carnación
Estilo: Danza
Rocío Molina nace en Málaga en 1982. Tiene veintiseis años cuando el Ministerio de cultura le otorga el Premio Nacional de Danza por "su aportación a la renovación del arte flamenco y su versatilidad y fuerza como intérprete capaz de manejar con libertad y valentía los más diversos registros". Y veintiocho cuando Mikhail Baryshnikov se arrodilla ante ella a las puertas de su camerino del New York City Center, tras la representación con atronador éxito de Oro viejo.
Desde 2014, es artista asociada al Teatro Nacional de Chaillot en Paris, es una de las artistas españolas con mayor proyección internacional. Sus obras se han visto en teatros y festivales como el Barbican Center de Londres, el New York City Center, el Esplanade de Singapur, el Festival Tanz Im August de Berlín, el Festival SPAF de Seúl, el Teatro Stanislavsky de Moscú, el Teatro Nacional de Taiwan, el Dansens Hus de Oslo Y Estocolmo, el Transamériques de Montreal, el Teatro Nacional de Chaillot en París o el Bunkamura de Tokio.
Ha sido reconocida con premios dentro y fuera de España - Premio Nacional de Danza (2010), Premio para la mejor bailarina contemporánea (2019) y premio especial (2016) de los Dance National British Awards, Premio Max 2019 (Mejor espectáculo de danza para Grito Pelao), 2017 (Mejor intérprete de danza; Mejor coreografía para Caída del Cielo), y 2015 (mejor coreografía por Bosque Ardona), Premio Giraldillo a la mejor bailaora de la Bienal de Sevilla, Medalla de Oro de Málaga, Premio Leon de Plata de la Danza en el Bienal de Venecia 2022, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Gobierno de España 2022, entre otros.
Presenta como Clausura del festival su última creación: Carnación.
Carnación es una performance de Rocío Molina en colaboración con Niño de Elche, Olalla Alemán, Pepe Benítez y Maureen Choi en escena, y la codirección de Juan Kruz Díaz Garaio de Esnaola. La palabra carnación que en el lenguaje pictórico hace referencia al proceso de coloración de la carne, nos lleva a pensar, por un lado, en el paso de lo imaginario a lo visible, de lo que se esconde a lo que se muestra. Por el otro, es inevitable pensar en la idea bíblica del verbo que se encarna. Verbo que, en el lenguaje de la obra, adquiere la forma del deseo.