XXIII Bienal de Flamenco. Sevilla 2024.. "Fui piera"
- Rafael de Utrera / Pop-rock/Indie
Evento de XXIII Bienal de Flamenco. Sevilla 2024.. "Fui piera"
Ver mapa de localización del lugar
Notas
Fui Piedra
Fui piedra y perdí mi centro
y me arrojaron al mar
y al cabo de mucho tiempo
mi centro vine a encontrar.
Una metáfora vital; piedras antiguas de molino que por el desgaste, dejan de girar, y ya inútiles, terminan siendo arrojadas al mar hasta que por la erosión del tiempo se convierten en polvo, uniéndose al todo y recobrando su centro.
Esta copla tiene un misterio atrayente, telúrico, indescifrable. Evocar el enigma de su belleza escrita ha despertado la curiosidad y provocado el estudio de poetas contemporáneos, como Blas de Otero, José Ángel Valente o Caballero Bonald. Así, Valente se adentra a desentrañar el secreto al que se enfrenta: “Nadie pregunta por el sentido de la copla. No es necesario. La copla es su propio sentido. La voz es su propio sentido. La voz, esa voz con la que el cantaor en el cante canta o se canta a sí, esa voz precipitada o retraída hacia las más estrechas gargantas del alma puede parecer ininteligible”.
Soleá eterna y testamentaria de la mítica Mercé “La Serneta”. Compás litúrgico de doce tiempos, cuatro versos de ocho puñaladas, pregón del dolor humano que también proclamaron Pastora, Morente o Fernanda, canto de alondras maljerías que vuelan entre los cielos de Jerez y Utrera.
El cante de Rafael de Utrera es la piedra que busca su centro. Una piedra natural, compacta y maleable, decantada por el paso del tiempo, pulida por el incesante ir y venir del agua. Una piedra perfilada y bruñida por ese elemento, símbolo de la vida, que a fuerza de tiempo y pertinaz obcecación es capaz de acabar modificando la forma de la roca más dura.
Tras una larga travesía por los mares del sentimiento, de la inspiración y de la creatividad, el cantaor se hunde en su interior para buscar su médula, para sacar la voz más profunda y doliente -será por eso que le dicen cante jondo pero también para arrancar su vis flamenca más alegre y festera. Una búsqueda espiritual y trascendente que le lleva, al cabo de mucho tiempo, a tener un encuentro tan deseado, tan soñado, tan temido.
El niño, el hombre y el artista halla su meollo en sus orígenes, en sus raíces, en sus ancestros, en su cordón umbilical con la vida y con el arte. Rafael encuentra su centro en Utrera, en su pueblo, en su sonoridad, en sus cantes, en su compás, en sus cantaores y cantaoras, en su inmenso legado flamenco.
Este espectáculo es un sentido y obligado homenaje a su cuna y a los sones que la mecieron, un tributo de amor y respeto a una tierra cantaora y a los hombres y mujeres que con su arte la han hecho única y diferente en el universo flamenco.
Y de la mano -más bien de las gargantas- de Niño de Utrera, de Perrate, de Fernanda y Bernarda, de Pepa, de Curro, de Enrique Montoya, de Gaspar, de Bambino y de Turronero, -las piedras nobles que han levantado el templo del cante utrerano bajo los cimientos de Pinini y La Serneta-, llega a este encuentro un cantaor cuajado y pujante, con personalidad y carisma, capaz de reivindicar y reinterpretar la denominación de origen de estos grandes maestros de ayer, de hoy y de todos los tiempos flamencos.
La piedra y el centro son, en verdad, lo mismo.
Rafael de Utrera.
Cante sin colores ni apellidos.
Sólo Utrera, sólo cante.
Cante de metal forjado a sí mismo.
Cante nuevo, cante viejo.
Canta como vive y vive como canta.
Canta Rafael, canta cantaor.
José Jiménez Loreto